Tras visitar Cuéllar y el castillo de los Duques de Alburquerque de esta localidad segoviana viajamos hasta Cantalejo.
Cantalejo es una tierra llana, sin barrancos ni montículos, de bosques de roble y encina, y de pinares, cuya explotación dio de comer a sus habitantes con un oficio singular el de trillero, hasta que la revolución industrial y la mecanización del campo fue convirtiendo los trillos en meros objetos decorativos.
Al llegar a Cantalejo y después de tomar "un vino" nos echamos unos bailes para hacer ganas de comer, como si no las tuviésemos ya después de las "escaladas" por el castillo de Cuéllar.
Después en el "descanso del jotero" (que no del guerrero, pues somos pacíficos y vamos a conocer pueblos y gentes, no a guerrear con ellos) tuvimos ocasión de hacer turismo gastronómico degustando unos judiones de la Granja (muy apreciados para la percusión, ja,ja,ja,ja,ja, o los instrumentos de viento... según se quiera entender, ja,ja,ja,ja,ja,ja)
Y en la sobremesa, cante y pasacalles para ir al Museo del Trillo, donde nos esperaban los representantes del grupo de bailes de Cantalejo, que muy amablemente nos mostraron el museo y cómo bailan las jotas en Cantalejo.
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Los trillos de Cantalejo |
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Explicándonos sobre su indumentaria tradicional |
El Museo del Trillo es un pequeño museo etnográfico, dedicado principalmente a los aperos típicos del campo y sobre todo a los trillos, pues en esta localidad se fabricaban, gracias a la madera de los pinares circundantes, la mayor parte de los trillos usados en toda Castilla y gran parte de la península.
Llegando a producir hasta 60000 trillos anuales.
Por último y antes de que la lluvia nos mandase al autobús hubo tiempo para bailar unas jotas populares e intentar aprender cómo las bailan por estas tierras de Cantalejo donde tan bien nos trataron y de donde nos fuimos con pena por la falta de tiempo camino de Pedraza